Desde que los resultados preliminares de las elecciones presidenciales en Estados Unidos comenzaron a mostrar una tendencia favorable a Donald Trump, fuera y dentro de México se ha especulado sin parar acerca de una supuestamente inevitable confrontación política con el inminente gobierno del magnate, así como de los serios daños que padecería la economía mexicana si éste cumple sus amenazas de deportar a millones de migrantes indocumentados, imponer aranceles ilegales a los productos que su país importa desde aquí, obligar a las empresas estadounidenses a trasladar sus fábricas adentro de sus fronteras, entre otras.
Pese al tono en ocasiones apocalíptico que han cobrado tales elucubraciones, las señales de mercado hablan de una transición sin mayores sobresaltos.
El tipo de cambio peso-dólar, que se disparó durante las horas de incertidumbre electoral, bajó a los niveles previos a los comicios y no ha mostrado nuevos picos.
Los precios de las acciones que se negocian en las bolsas estadounidenses han crecido de forma espectacular en estos días y se mueven en máximos históricos.
Si bien este fenómeno refleja, en buena parte, el júbilo de los grandes capitales por el regreso de un desmantelador de regulaciones y fanático de los recortes fiscales, también muestra que no se anticipa un golpe a las corporaciones como el que les supondría pagar el enorme costo de reubicar en Estados Unidos la producción que hoy realizan en México.
Otros indicios de que se ha exagerado el peligro de un segundo periodo trumpiano para la economía mexicana se encuentran en el tono cordial con que se desenvolvió la primera llamada entre el republicano y la presidenta Claudia Sheinbaum, quienes intercambiaron felicitaciones por sus respectivas victorias electorales y acordaron abordar en su momento los temas relevantes de interés binacional.
El propio embajador de Washington en México, Ken Salazar, apuntó que Trump deberá reconocer la importancia de la relación comercial, que constituye la mayor sociedad del mundo por el volumen y el valor de las mercancías que cruzan la frontera en ambas direcciones. Salazar también matizó las palabras del magnate diciendo que la retórica de la campaña puede ser preocupante, pero la relación es tan fuerte que trasciende a la política.
Sin subestimar la voluntad de Trump para imponer su agenda xenófoba sin importarle los perjuicios que ocasione a sus conciudadanos y al resto del mundo, su discurso debe contrastarse tanto con el verdadero margen de maniobra del que dispondrá como con la experiencia de su primer mandato (2017-2021).
En este sentido, el secretario de Economía Marcelo Ebrard, quien ya lidió con el magnate mientras ocupó la cartera de Relaciones Exteriores el sexenio pasado, ha sido enfático en que la relación bilateral será compleja pero buena en términos generales, para lo que se aplicará la fórmula probada durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador: inteligencia y sangre fría.
En cuanto al uso del tema migratorio como herramienta de presión, el canciller Juan Ramón de la Fuente destacó que en menos de un año el flujo de personas que cruzan de manera irregular la frontera común cayó 76 por ciento, por lo que Trump no tiene argumentos verdaderos para sostener que existe una situación fuera de control.
En suma, se cuenta con una relación sólida basada en el respeto mutuo heredada del sexenio anterior, con funcionarios experimentados para manejar las peculiaridades del trumpismo y con unos vínculos comerciales de tal magnitud que atan a ambos lados a sentarse a resolver sus diferencias en términos civilizados.
Con firmeza e inteligencia, podrán encararse los retos venideros.